Zeppilli,
Liliana Josefa
LEYENDA DE LA MULITA Y DEL PELUDO
(Versión
divulgada por los soldados del ¨Fuerte de las Tunas¨, Córdoba,
Argentina donde sucedieron los hechos
que dan origen a esta leyenda)
Alrededor
de 1750 comienza a utilizarse una ruta que va desde Cuyo, Villa Mercedes,
Fuerte Villa Concepción de Río Cuarto, Punta del Sauce, Laguna de las Tunas y
Buenos Aires. Esa ruta llegó a ser muy transitada por tropas de carretas
transportando mercaderías varias, Mensajería y Chasquis (mensajero que solía ir
a caballo).
Las
condiciones climáticas del lugar, abundante pasto y agua, hicieron que el
ganado Cimarrón se multiplicara en gran cantidad. Esto fue de muchísimo interés
para blancos e indios, ya que el cuero comenzaba a tener gran valor; con él se
fabricaban puertas, ventanas, calzado, tapas de libros, baúles, bolsas, techos
para viviendas; tientos para atar la madera de los navíos, para lazos. Con el sebo se fabricaban velas, se
alimentaban candiles.
El
gran interés por el ganado Cimarrón atrajo a Mapuches y Ranqueles que arreaban
gran cantidad de ellos a Chile. También el gaucho realizaba grandes vaquerías
(encierro, apropiación y matanza de animales) en plena llanura. Lo que al
principio se realizó en la provincia de Buenos Aires, se extendió al
Departamento Unión y Marcos Juárez de la provincia de Córdoba.
El
Cabildo de Buenos Aires, frente al problema del ganado sin dueño, determinó que
correspondía a descendiente de conquistadores, ya que los primeros animales
habían sido traídos por los conquistadores, por tal motivo, estos, para tener
derecho a vaquear, debían inscribirse en el Cabildo y se les otorgaba zonas
para tal fin. Quienes tenían permiso para vaquear comenzaron a hacer rodeos
y marcaban a fuego toda la hacienda que
pudieran arrear pasando así a ser de su propiedad. También fueron de su propiedad
las zonas por ellos señaladas; para determinar los límites de cada una y con el
propósito de retener la hacienda, se cavaban zanjas (los Irlandeses se
destacaban en ese trabajo) El gaucho vio en ellas una traba a su libertad. Luego se reemplazó la zanja
por ¨cercos Vivos¨ formados por árboles
y arbustos espinosos como el Añapinda, el Espinillo, la Cina Cina y el Cactus.
De esta forma nacieron las primeras estancias. (En el año 1875 aparece el
alambrado.)
El
ganado se exportaba y había alcanzado un valor elevado, a raíz de eso, cada día
se incrementaba el número de indígenas y gauchos que se dedicaban a vaquear.
Además, era común que asaltaran a las carretas que transportaban mercadería, a
los Chasquis, y a todo viajero que transitara la ruta de San Luis a Buenos
Aires, ya que esta atravesaba la zona donde ellos realizaban sus vaquerías y,
también, mantenían algunos asentamientos cerca de la laguna ¨Las Tunas¨ (llamada así porque abundaban en
ella los cactus conocidos como ¨ Tunas¨, cuyo fruto es comestible y de
agradable sabor)
A
raíz de todo esto, el gobierno decide reforzar la línea de fuertes con el
propósito de poner límites al indio, levantando así el ¨Fuerte de las Tunas¨ al
sureste y a poca distancia de la laguna del mismo nombre. Se enviaba a los
fuertes, a los gauchos que estaban (según las autoridades) fuera de la ley; por
ese entonces se aplicaba la ¨Ley de Vagancia¨: pasaba a ser parte del ejército,
quien no pudiese comprobar un trabajo fijo.
Juanón
Lucerna, que se dedicaba a las vaquerías junto a los indios, estaba
enamorado de Mainé( joven indígena), que vivía en el asentamiento Ranquel, más
próximo a la ¨Laguna de Las Tunas¨; como no tenía trabajo fijo, luego de una
razia policial, lo obligaron a ¨conchabarse¨ al ejército y lo destinaron al ¨
Fuerte de las Tunas¨.
Allí,
como en todos los fuertes, de castigo a quienes intentaran desertar o
cometieran alguna desobediencia, se los estaqueaba al sol librados a la
voluntad de Dios (a muchos los dejaban hasta que perdieran el conocimiento o
hasta que murieran). Juanón, no aceptaba perder a su amada, tampoco se podía
resignar a la vida miserable del fuerte; por eso, decidió escapar para llegar a
la toldería y quedarse a vivir allí, junto a Mainé, que también lo amaba.
La
misma noche, los soldados del fuerte los atraparon, ella quedaría cautiva a
merced de las necesidades de los habitantes del fuerte, y a él lo estaquearían
al amanecer.
Cuando fueron a buscarlos al calabozo para hacerles
cumplir la pena, encontraron solo a una mulita y a un peludo, juntos, en una
fosa. Al no hallar ninguna explicación,
lo atribuyeron a un milagro de Vutachao (el gran padre y el Dios supremo
de los Ranqueles) para salvarlos del terrible castigo.
Contaban
los soldados (en su mayoría gauchos) que esa noche, Mainé y Juanón, hicieron un
pacto para permanecer juntos eternamente: ella comió verduras envenenadas y él,
carne envenenada; luego cavaron un pozo en el que, juntos, se encomendaron a
Vutachao. Abrazados elevaron sus oraciones y esperaron la muerte, por eso, así,
muy juntos, encontraron a ambos
animales. Sostiene esa versión, el hecho de que La Mulita y El Peludo
tienen gran parecido físico entre sí,
muchísima gente los confunde; ambos viven en madrigueras. La mulita es pequeña, poco cavadora por sus uñas débiles,
de hábitos diurnos, se alimenta de vegetales; en cambio, el peludo, de mayor
tamaño, cavador, consume carroña e insectos; es de hábitos nocturnos, para
pasar inadvertido a los ojos de los humanos. - Por si aún lo buscan las
autoridades- .
Liliana presentandose en el encuentro
En el fondo de Casa de M.E. Junto a Rosa Gomez y Noeme Brown
Mudanza
Dos mudanzas marcaron cambios en mi
vida.
A
pocas horas de nacer, con la piel tersa y luminosa, me convertí en el centro de
interés de familiares y amigos.
Sin cambiarme demasiado, fueron pasando
por las calles lunas y soles… vientos, tormentas, lluvias… En fin, muchos
años. Supe del amor, de la amistad, de
encuentros… de pérdidas. Nunca me pregunté cómo, pero lo supe…Tal vez por
ellas…mis hermanas…Más observadas que yo, más jóvenes… Que hablaban de esas
cosas, en mi mismo lenguaje.
Pasó el tiempo y me sentí como olvidada.
Las otras, las más jóvenes, las recién nacidas, pasaron a ser el centro de
interés. Me sentía ignorada… Hasta desconocía las voces y las personas que me
rodeaban. ¡Claro! El tiempo, poco a poco, las fue renovando.
Un día aparecieron algunas cajas, y, por
las conversaciones que oí, se trataba de una mudanza. Mudanza destinada a los
habitantes más viejos de la casa. Entendí que viviría en otro lugar. Lugar
destinado a los más viejos. Como yo…
El cambio fue rápido. Mi espacio era
limpio, pequeño y luminoso. En un primer
momento sentí temor…Mucho temor… Estaba entre desconocidos…Aunque… Había algo
que me daba fortaleza y confianza, algo muy importante, todos contábamos muchos
calendarios, en una sola palabra, todos éramos viejos. Algunas personas sentían
curiosidad por nosotras y venían a visitarnos…Eso nos hacía sentir bien… Nos
sentíamos útiles cuando podíamos contar lo que, hasta hoy, recordamos:
costumbres de aquella época, como vestían, como se peinaban, como calzaban,
como se conformaban las familias, etc. Algunas personas, muchas, nos regalaban
el calor de sus manos dejando las huellas de sus dedos sobre nuestra piel,
quizá para hacernos sentir que no estábamos solas…Para permanecer con nosotras
en el tiempo….Para acompañarnos infinitamente…
No sé porqué, otra mudanza. ¡Otra
mudanza! Otra vez el temor a lo desconocido…Menos mal que nos llevaron a todos…
Todos los viejos juntos…eso nos daba una pizca de confianza…Creo que alguno
quedó en el camino. Estaban en otro ambiente, no los conocía, nada sé de ellos…
Ahora, estamos bastante incómodas:
Apretadas, y nadie se interesa por nosotras. La luz no existe, el aire tiene
olor a encierro y a humedad. Tal vez porque hablábamos siempre del mismo tema,
repitiéndolo una y mil veces; nos depositaron aquí, donde nadie nos visita. La
puerta de madera nos permite escuchar que, del otro lado, pasa mucha gente,
siempre se oyen voces y pasos. ¿Sabrán que estamos aquí? ¿Sabrán como duele la
soledad? ¿Sabrán como hiere el olvido? ¿Sabrán como lastima la indiferencia?
Pasó algún tiempo, a raíz de la falta de
calendarios no logré contar los días transcurridos, sólo la textura y el color
de mi piel delataban ese tiempo. Ya estábamos acostumbrándonos a la soledad, al
olvido, a la indiferencia…Un día, entre las voces y los pasos, se mezclaron
ruidos conocidos por todos nosotros. Ruidos que nos recordaban a los que
habíamos oído antes de cada mudanza, ruidos que nos hacían presagiar un nuevo
traslado…Ruidos que nos hacían temer…Cada cambio empeoraba nuestra situación…
Luego de unas pocas rotaciones del
planeta, dos o tres días, los ruidos a cajas, vacías y llenas, ya estaban
incorporados a nuestras vidas, voces desconocidas hablaban de llevar al
basural, de vender, de regalar…de libros viejos… Entretenida, escuchando esas
conversaciones, no me di cuenta en qué momento abrieron la puerta de donde
estábamos y comenzaron a transportarnos.
No sé si llamarle mudanza; nos llevaron
a otro ambiente que está separado, de la casona que habitábamos, unos pocos
metros, unido a ella, por un camino de cemento y una galería con techo de
chapa.
El nuevo espacio que nos contiene es más
grande, mucho más grande. También somos muchos, muchos más, los viejos que
estamos allí. Comenzaron a visitarnos (con cada lluvia) las goteras, el aire y
el viento que nos acomoda y reacomoda a su antojo, el polvillo que de tanto
crecer, se vuelve demasiado pesado y nos molesta, y las arañas que tejen
artesanales telas por todas partes. Eso sí, vemos la luz del sol que
amablemente dejan pasar las aberturas rotas.
Mi piel se va tornando oscura, la siento
reseca y ajada; temo no poder contar, en el futuro, de las costumbres de aquel tiempo; quizá
alguien necesite saber lo que mis compañeras y yo, aún, recordamos… ¡Qué pena!
Perdón,
olvidé presentarme, soy la fotografía de una familia que habitó Alejo Ledesma
en sus primeros años de vida. Estuve con ellos, luego en el Museo, después en
el interior de un mueble en la Casa de la Cultura; ahora, en lo que era la
cocina de esa misma casa, la casa que habitó la familia Schiavoni.
El Encuentro en la Escuela Gallardo Valdez
Liliana Leyendo sus trabajos
Liliana Josefa Zeppilli nació en Arias,
vive en Alejo Ledesma (Cba.) Argentina. Representante de AMÉRICA MADRE en A.
Ledesma, coordinadora de la Asociación de Escritores Ledesmenses ¨Lidia
Schiavoni. En dos oportunidades ocupó el cargo de ¨Encargada de Cultura¨ en la
Municipalidad de A. Ledesma. Profesora de Guitarra, Dibujo y Pintura, Folclore.
Participa de numerosas Antologías y Encuentros de Escritores Nacionales e
Internacionales. Ha recibido premios en poesía y cuentos en certámenes
nacionales. Ha publicado: Siluetas, Hebras de Luna, Caminando (poemarios); De Frutilla y de Limón, Entre Brujerías y
Mimos, El Calendario, En la cocina, ¿De Brujas?, La Bataraza - 4 tomos -
(infantiles, poemas y cuentos). Varios
inéditos.
En la Bodega y Museo Grafiña
En el Museo FanKlin Rawson
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