viernes, 25 de marzo de 2011
Luz Amparo Carranza Guerrero/ Bogota- Colombia
Luz Amparo Carranza Guerrero/ Bogota- Colombia
Luz Amparo nació septiembre 17 de 1979 y actualmente realiza estudios de matemáticas en la Universidad Nacional, escribe poesía y realiza trabajos de edición para otros escritores. Dentro de sus escritos conocemos su primer libro Poemas para Golpear publicado en el año 2003; el poema Topología premiado en el concurso Fiesta Mayor de Gracia en Barcelona España con el segundo lugar (publicado en Collita literaria de tres temporadas). http://www.carmenlafay.com/esp_bibliografia.html También el ensayo Arte y matemáticas con mención de honor en el concurso leamos la ciencia para todos.
Mitos y leyendas de Colombia
Bachue
Una mañana tibia y primaveral la luz del sol se reflejaba en la laguna de Iguaqué...de pronto su superficie se estremece y de entre las suaves ondas del brumoso ojo de agua emerge una hermosa mujer coronada de guirnaldas que de la mano trae a un niño de tres años. Tranquilamente se deslizan sobre las aguas; por primera vez unos pies humanos tocaban la tierra firme.
Transcurrió el tiempo y bajo el cuidado de Bachué el niño creció y se convirtió en hombre. Fue entonces cuando se desposaron.
La fecunda Bachué tuvo cuatro hijos y así, cada vez, traía al mundo cuatro, cinco, seis vástagos más. A lo largo de muchos años Bachué y su consorte recorrieron montañas y praderas, poblándolas abundantemente hasta que sintieron el peso de la edad y decidieron regresar a su origen, pues su misión en la tierra había sido cumplida.
Ante los ojos de sus hijos y de los hijos de sus hijos, Bachué y su esposo se convirtieron en serpientes y se hundieron en el seno materno de la hoy desaparecida laguna de Iguaqué.
Así duraron mucho tiempo hasta que un día se convirtieron en estrellas y subieron al cielo. El hombre se convirtió en el sol y tomó el nombre de Sué; la mujer se convirtió en luna y tomo el nombre de Chía. Por esta razón los indios tenían obligación de adorar al sol y a la luna como a sus padres.
De vez en vez la progenitora de la humanidad se dejaba ver en su forma de serpiente para recordar a sus hijos que debían respetar los preceptos que ella les inculcó.
La Llorona
Este es otro mito de gran importancia y corresponde a las muchas imaginaciones y divagaciones a que da lugar un grito macabro, un plañido espeluznante que se oye en la selva en ciertas noches de luna.
Siempre en noches de luna, cuando los monteros sólo temen a dos cosas: el tigre, que en tales noches sale a cazar, y el grito gemebundo y horrendo de la Llorona.
La lógica indica que forzosamente debe corresponder a algún animal que lo emite; pero el aterrador efecto que produce este súbito y pavoroso aullido no permite verificar a qué puede deberse.
Escobar Uribe en sus «Mitos de Antioquia» dice que es común a varios pueblos de América y que todos coinciden en que el grito es real, pero agrega que la imaginación popular le da figura de mujer con largas vestiduras y rostro de calavera que acuna entre sus larguísimos brazos un niño muerto, etc., y que vaga por los ríos y las selvas lanzando horribles lamentos.
Bochica, anciano de barba larga…
La tradición juega un papel muy importante en la cultura colombiana, sobre todo en las actuales comunidades indígenas cuyas costumbres poco tienen que ver con las tradiciones cristinas. Una de estas tradiciones que encontré en una fuente que parece fidedigna y seria cuenta la historia de uno de los dioses más importantes de los Chibchas que habitaban la zona del altiplano cundiboyacense. De todas formas, en mi oponión, la historia contiene demasiadas conincidencias con la religión católica, algo que parece poco probable debido al hecho de hablar de una cultura totalmente diferente de la nuestra y la época mucho más antigua de la llegada de los españoles cristianos a las tierras americanas.
El mito cuenta que en los tiempos remotos cuando todavía la Luna no acompañaba a la Tierra en la meseta colombiana vivía el pueblo Chibcha. Vivían en una tierra pródiga que sin mucho esfuerzo daba dos cosechas al año. Los Chibchas se desarrollaron muy rápido y pronto olvidaron de sus dioses. Dejaron de trabajar, peleaban mucho entre sí y solo se ocupaban de los placeres. En esta situación, Chia, la diosa de la noche, pidió un fuerte castigo para ellos, pero Suá, el Sol y Bachué, la Naturaleza , decidieron darles otra oportunidad. Soplaron sobre la Tierra y engendraron una parte de su deidad en el vientre de una mujer pura y hermosa, esposa de un artesano. De este soplo divino nació un niño al que llamaron Bochica, hijo del Cielo.
Bochica creció como un dios civilizador de los indígenas, muy parecido al dios peruano Manco-Capac y el mejicano Quetzalcoatl. Les enseñó a los indígenas a sembrar, a fabricar casas, a tejer en algodón y el fique, a cocer el barro y hacer ollas, a construir redes para coger los peces en los lagos y en los ríos, a fabricar arcos y flechas para cazar en los bosques, les dio el calendario, códigos de respeto, de convivencia y les enseñó a amar los dioses.
Cuando el pueblo empezó a vivir tranquilo, Bochica desapareció. Pero no había pasado mucho tiempo, cuando los Chibchas volvieron a sus malas costumbres. Para castigarlos los dioses enviaron una sequía tremenda y luego una inundación. Cuando las aguas bajaron, los pocos sobrevivientes vieron llegar entre la bruma que se levantaba al amanecer, un anciano de larga barba que caminaba ayudándose con un bastón.
Bochica otra vez se ocupó de su amado pueblo. Le regalo el fuego que secó sus ropas, que cocinó sus alimentos, que les calentó en las noches… y se quedó con ellos. Cuando sintió que se le acercaba la muerte, se escondió en la montaña.
Después de la muerte del dios ocurrió algo increíble. El monte empezó a emanar un brillo profundo como el fuego que Bochica había entregado a sus hombres después del diluvio. Las piedras brillaban, pero no de color rojo, sino verde como la selva y como el agua de la laguna. Este era el alma de Bochica y su tumba se había transformado en un inmenso depósito de esmeraldas.
Esta es la historia del Bochica, un anciano de barba larga y blanca, de piel blanca y ojos azules, envuelto en una manta grande que lo cubría hasta los pies y con una varita de oro en la mano que sacrificó su vida para darles lo mejor a su amado pueblo Chibcha y para quedarse en su memoria para siempre.
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