domingo, 15 de abril de 2012
Norberto Antonio / Rosario / Santa Fe /Argentina
Los que de tanto escarbar dan
con los ovarios de la tierra,
los hijos engañados de madres soterradas,
los que los desespera
la desesperanza de los desamparados,
los que hasta el aire que respiran tiene
cicatrices provocadas por el filo del desdén,
los que no terminan de salir del túnel,
son los que duermen con la boca abierta
esperando un bocado del cielo que nunca llega.
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La rama que se mueve mientras crece
no sabe que se mueve ni siquiera sabe
que se llama rama.
La brisa que la agita tiene el desenfado
de una bandera hecha con las sábanas
con las que se tapan los pudores.
Sin tener conciencia la una de la otra
ambas cumplen con su rol: existen.
Desde aquí mirar embriaga
sin embargo en este estado de contemplación
no sé aún si sentir aquel espectáculo o pensarlo
si demorarme en sensaciones o en filosofías
si estimular el desatino
o abandonarme a la reflexión,
esa planicie espiritual donde el silencio
se viste de razón como un fervor desactivado.
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Miro la pared con un ocio tan banal
que me es imposible metaforizar el vacío.
Me viene entonces a la memoria
el recuerdo de lo que no fue,
una emoción intelectual
que a las fotografías pone sudorosas,
allí, donde poseídos por el caos, ilusos,
ya se nos notaba esta falta de vocación
por la cordura, esta ineptitud
para lo desapasionado.
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Para que tome conciencia de lo perdido
a mi alma le mostré estanques y lagunas
-sospechadas siempre de tanta calma-
y le maté los resplandores a la tarde
para que sepa que la oscuridad es vejada
por melancólicos, víctimas del desamor.
Le dije: sobrevivir a lo sombrío, encenderse;
entendió: diáfana negritud, ojo brilloso que encandila;
amaneció viva entre las cosas olvidadas.
La dejé con su conciencia,
la metí en los zapatos del criminal
que además no asume su tiniebla.
Aún, sigue siendo una quietud desesperada.
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Lavaban la ropa las manos de mi madre,
sus hijos reíamos al descuido,
el cielo era más azul de lo que él aspiraba a ser.
La madre de mis hijos los atenúa
con manos parecidas a su madre,
mi hija besa al mundo con las manos,
hay mujeres que saben lo que digo.
Tienen artrosis las manos de mi madre,
un mal que le impide acariciarme la frente
como cuando los cielos eran intensamente azules,
apenas si las levanta para despedirnos
yéndose sin irse o consciente
de que no volverá a ser aquélla.
Norberto Antonio
NORBERTO ANTONIO Escritor Nacido en: Rosario 1951 (Sta.Fe)
15/10/61Coordinación de ciclos con escritores y talleres de verano/
Mar del Plata (88-89/ 89-90)
Jurado de literatura: Torneos juveniles bonaerenses.
Vive en La Plata.
Publicó: La Misma Voz y Todo El Vicio (1984), Agua Que Enturbia La Pupila (1996), Desesperadamente Agua (2000), Paladar Negro (2003), Cerca No Es Encima (2008), Parece Pero Es (2009).
Segunda Parte
II
Están de luto los que mataron tu nombre
menos yo, yo no te olvidé, cómo podría
si fui el único que te escuchó mientras soñabas
latir por otro que te dio
lo que nunca me pediste.
Aún respiro con aflicción cuando te pienso,
sigo perdiendo la razón, el pelo, la calma,
los mapas que uso para no perderme,
asesino tus cartas
y enamorados de las imposibilidades
voy casa por casa buscando tu olor que es el de la osadía.
Si a encontrarnos volviéramos no me dejes
mirar hacia atrás (las cosas no dichas
me nublan la vista),
no le des pausa a mis ojos cuando te tenga próxima
y tosé, tosé, fingí que te hice falta,
llená los ceniceros con fantasmas:
la insatisfacción me tienta todavía.
Norberto Antonio publico en
“Poesía del Mondongo”
http://poesiadelmondongo.blogspot.com.ar/2012/01/norberto-antonio.html
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