LAURA OROBIA
CÓRDOBA ARGENTINA
EN ROPA DE DORMIR
A Susana
Brufman
La casa quedó muda
no quiso dejarla
se aferró a las paredes
al cartel de la reja
al césped, a la sala
a lo triste que deja
el polvo en los muebles
así y todo, parece
que fue la soledad
quien tomó posesión
cuando vino a buscarla.
CON LA MISMA FACHA
Una idea distinta
un reguero de pólvora
una pista de patín
un tumulto
un enchastre 1 de rayones
contra el piso.
Terror y silencio
con verdades de mentira
de alud en cumple años
tragados en un pozo
______________________________________
1- Aclaración: Licencia que toma la autora proveniente de la jerga
rioplatense de uso corriente actual, a la que dio origen el lunfardo. Entiéndase “enchastre” como derivado de la
palabra
1-enchastrar (Argentina,
Uruguay coloquial) Ensuciar o manchar
[una persona] a alguien o algo.
el mismo espejo cataclismo
que declaran a mano alzada
que sus rasgos se pegaron a otros niños,
los que corren por la casa,
y rayan esos muebles
y remueven las capas de tierra
que nubla el reflejo.
Son rayos de luz,
una flor, una sonrisa con dientes de leche
mientras el camino sigue
haciendo pliegues
unas manos chiquitas lo enfrentan a su espejo
y ve, en otra imagen parecida a su cuerpo
prolongar su energía
y se le llenan de vida los ojos
y un color distinto aclara su voz
cuando escucha, así bajito:
yo vine a buscarte, abuelo,
te quiero conmigo.
EN PRIMERA PERSONA
“ La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado.”
Jorge Luis BORGES
poema “La lluvia”,
del libro “EL HACEDOR” ed.1960
Los ojos de mis manos
recorren los agujeros
del trazo de un cuchillo
están allí sin verlos
son tajos en su filo
que ahuecan la memoria
es bruma el pensamiento
sucede todo ahora
al borde del pasado
es bruma el pensamiento
mi persona lo empuja
los pasos siempre quedan
viciados de ayer
intérprete soy yo
el hacedor de ahora
lo demás es la lluvia
es algo que pasó
que resbala y se apega
a nuestra gravedad
inevitablemente
después que sucedió.
Zulma Esther Prina, Antonio Guzzo, Laura Ororbia, Alumno y maestro de la Escuela Dojorti de Jachal
,
Laura Adriana ORORBIA, nació
en Capital Federal en 1967, vive en Leones,
Córdoba. Desde noviembre 2009, la profesora de Letras María Isabel
Frutero, la impulsó a darse a conocer; así, su poema “Juana Azurduy” obtuvo el
Segundo Premio y Antología, en el Certamen Nacional Bicentenario de la ciudad
de Mercedes, Bs As; y Recomendación de Jurado en Poesía y cuentos, en el
Certamen Ediciones Ruinas Circulares.
Participó en la Antología del VIº Encuentro Comunitario Internacional de
Escritores Entretejiendo Imagen y Palabras de San Juan, Argentina.
Integra la Red Mundial de Escritores en Español (REMES) y en Diciembre de 2011
recibió el reconocimiento del condado de Miami-Dade, por el aporte cultural y
artístico a la comunidad, al integrar la selección de escritores exponentes en
el Encuentro Literario Internacional Luz del Corazón, organizado por Mery y
Marta Larrinua.
http://enfugayremolino.blogspot.com/ Blog experimental 11 Febrero de 2011
Tema: Homenaje a los escritores cotidianos que
partieron. 6 Febrero de 2012
Cuento
elegido por Laura Adriana ORORBIA, para compartir con público y
escritores en el encuentro realizado en Jachal
Ella
nos dice:¿Por qué elijo “La Maceta” de Laura Massolo?
La
trama del cuento en lenguaje coloquial me resultó atrapante. La locura es el
misterio que rompe con la idea del protagonismo humano, para hacer foco en el
objeto como instigador y testigo de una obsesión; la cosa sustenta a la
paradoja como semilla de esperanza y sino fatal.
LA
MACETA de Laura Massolo
¿Sabe
dónde está la llave? La tiré por la ventana del dormitorio. Ahí debe estar.
Porque Natalia salió así, caminando, y dejó todo abierto. Una persona que sale
dispuesta a suicidarse, no piensa en cerrar una puerta. Una persona que ha
perdido el juicio, no piensa en cerrar una puerta.
Pero
no estoy tratando de decirle que Natalia estaba loca. No es eso. Entiendo que
la desesperación nos haga perder el juicio, y que hay distintos grados de
desesperación. Hasta le diría que
entiendo algunas exageraciones. Dicen que Dios reparte en cada uno de
nosotros, exactamente, el peso y la medida de la cruz que podemos soportar: ni
un gramo más, ni un centímetro menos. ¿Usted cree en Dios?
Hay
personas más débiles; eso no significa que estén locas. Yo no me atrevería a
decir que Natalia estaba loca. No sé. Para mí era dócil, simple, querible.
Sobre todo muy querible. Y demasiado
ingenua. Tal vez, frágil. O era ingenua porque era frágil, no sé. Pero
verla expuesta a la desesperación, daba miedo; por insignificantes que a uno le
resultaran los motivos que a ella la desesperaban.
Después
de que usted se fue, empezamos a
conversar bastante. ¿Vio el pullóver gris que está arriba de la cama? Ése, se
lo tejí yo. Lo usaba mucho. Prácticamente, lo tejí todo mientras conversaba con
ella. Porque uno puede dar un consejo, o consolar a alguien. Y yo soy jubilada,
profesora de música jubilada. Hijos, no tengo. Así que le tomé cariño a
Natalia, sinceramente. Y ella me contaba todo.
Usted
no vino para que yo le haga preguntas, usted vino para saber. No me interesa
por qué la dejó. Yo no lo juzgo. Le guardé la maceta por si alguna vez volvía a buscar las cosas de Natalia. Francamente,
el día del accidente, lo vi desde la ventana; pero verlo me dio tanta impresión
que no tuve coraje de salir. Perdóneme, no pude. Creo que me perdí entre lo que
es la verdad y lo que es la mentira, o algo así. Le aseguro que verlo llegar
con la valija, y justo ese mismo día, superó mis fuerzas. Míreme. Mire cómo se
me eriza la piel. Jamás me imaginé que usted fuera a volver.
Usted llegó y puso la valija ahí, justo
ahí, justo ahí, donde estaba la maceta.
Eso
me impresionó más. Yo lo miraba. Pensé que tenía que salir a darle la mala
noticia, pero no, por suerte, ya estaba la policía. Menos mal, porque verlo
así, usted, la valija, la maceta... Al día siguiente me traje la maceta a casa.
Ahora que vino, llévesela, y haga lo que mejor le parezca; rómpala, si quiere.
Cuando le cuente lo que le voy a contar, me va a entender.
De
alguna manera, siempre intuí que Natalia se iba a suicidar desde que usted se
fue. No se ponga mal. No lo estoy juzgando. Creo que cada uno es dueño de su
vida y que Natalia fue dueña de decidir su propia muerte. Usted no es
responsable de que se haya matado. Ni usted, ni esa mujer. Esa mujer vive a
unas cuadras de aquí y es una pobre ignorante. Si la ve, si la oye hablar, si
entiende bien lo que es la ignorancia, ni siquiera le va a guardar rencor. Cada
dos por tres se la llevan presa, pero ella está convencida, honestamente
convencida, de que puede ayudar a la gente. No especula, no le da la cabeza
para especular, no pide plata. Si alguien quiere, le deja unos pocos pesos. Pero
vive en un rancho con piso de tierra.
Y
Natalia empezó a verla todos los días. Cuando estaba triste, de allá, volvía
bien. Vaya a saber qué cosas le diría esa mujer. Le daba velas, amuletos, una
medallita, algo líquido para limpiar la casa. Casi siempre, velas. De todos
colores. ¿Ve? Desde aquí, desde la cocina, se ve perfectamente cuando hay una
luz en aquella ventana. Yo veía las velas todas las noches. Todas las noches.
A
lo mejor, sin querer, fui un poco cómplice de tantos disparates. Me resultó
menos triste dejarla navegar por ese mundo de fantasía, de velas celestes, de
hechizos raros. Natalia estaba segura de que usted iba a volver. Yo, en cambio,
no lo creí nunca. No era probable: sé que usted vivía con otra persona.
¿Sabe? Creo que no se suicidó antes por lo que le
decía esa mujer. Cualquier otra cosa la desesperaba. La realidad la
desesperaba.
El
paso a nivel queda ahí nomás. Los bomberos pasan por esta esquina. Eso siempre
me hacía pensar en el suicidio, siempre. Pero de alguna manera esa mujer la
mantuvo viva. No sé para qué, teniendo en cuenta esta desgracia...
Por
supuesto que jamás creí en esas cosas. Entiéndame : no creí en esas cosas hasta
que lo vi a usted con la valija. Mire cómo se me pone la piel. Míreme. Usted
está aquí, ahora, y no sé qué decirle.
¿Quiere
que le confiese algo? Reconozco que yo no le hablaba con sensatez a Natalia.
Ella me contaba lo que hacía y yo no se
lo discutía; ella andaba siempre con esos rituales, con esas brujerías, y yo no
le decía nada. Era lo único en lo que ponía verdadero entusiasmo. Y a mí me
pareció, siempre, que decirle algo podía ser peor; que se podía cortar el hilo
¿Vio cómo es una ilusión? Una ilusión es
un hilo que nos sostiene.
Un
día me contó que tenía que hacer uno muy importante; me refiero a esos trabajos
de magia. Y vino la mujer con un paquete enorme, y se quedó unas cuantas horas
en la casa, y había un olor raro, como de incienso. Ya, después de esto,
Natalia dejó de salir.
Yo
iba. Iba todas las veces que podía. Algunas no me atendía o me contestaba desde
adentro. Otras, me abría apenas la puerta y hablábamos dos o tres palabras.
Siempre estaba desnuda, completamente desnuda. Me decía que se sentía bien y
que no necesitaba nada.
No
sé cuánto tiempo pasó. Perdí la cuenta. Una noche yo estaba aquí, tejiendo
estaba, y vi mucho resplandor en la ventana, demasiado. Me asusté. Me puse un
saquito encima del camisón y fui corriendo por el fondo. Cuando me abrió la
puerta vi las velas. Le juro que me da vergüenza contarle esto: ¿Sabe qué eran
las velas? Eran falos, inmensos falos moldeados en parafina rosada. ¿Me explico
bien? ¿Usted sabe qué es un falo? Quizá yo sea un poco anticuada. Le aseguro
que no tenían, para nada, relación con el tamaño de los humanos. Usted me
entiende. Me da vergüenza decírselo: eran monstruosos ¿Ve esa linterna? Ni
siquiera, más grandes; veinte, o treinta, por toda la casa, recién encendidos.
A Natalia, esa noche, se la veía delgada, ojerosa, con el pelo revuelto y sucio. Digamos que tenía el
aspecto terrible de una mujer ultrajada. Y, de alguna forma, era así, porque no
le resultará difícil entender - me cuesta ser tan directa - lo que había estado
haciendo todos esos días con todos esos falos. No hace falta que se lo
explique: ella estaba desnuda, había sangre en las sábanas, sangre en el bidé,
sangre en las canillas del lavatorio. Ella tenía sangre en las piernas.
La
ayudé a ducharse, la vestí, le cambié las sábanas, le di una aspirina, le hice
tomar una sopa. No sabía qué hacer. Me quedé con ella toda la noche, mientras
esas velas asquerosas se consumían. Y a la mañana, cuando se levantó, la vi con
la maceta. Por eso yo sé bien qué hay en esta maceta.
Juntó
los restos de las velas y los mezcló con la tierra. Después, plantó un gajo de
clavel. Me dijo que era un clavel rojo. A mí me gustan los claveles. Son
delicados y hay que cuidarlos hasta que prendan ¿Vio? A mí, a veces, no me han
prendido o se me han ido en vicio, depende de la tierra. Natalia me dijo que si
no florecía usted no iba a volver nunca; pero que si florecía, ese día, ese
mismo día, usted iba a volver. Le juro que yo prefería que no floreciera.
Pensaba, y me imaginaba, el clavel floreciendo, y creciendo, y marchitándose, y
la desesperación de Natalia.
Yo
jamás creí que usted fuera a volver.
La
hubiera visto, pobrecita, cuando descubrió el pimpollo. La hubiera visto
saltando de alegría alrededor de la maceta. Un capullito insignificante, pero
para ella era todo.
Ahora
viene lo peor. Por eso le digo que no se sienta culpable. Usted no tiene que
sentirse culpable. Hay cosas que no se entienden. Pero a mí me ha pasado:
Uno
vive pendiente de las hormigas. Las he perseguido horas con la linterna, les he
puesto todos los venenos que existen. Pero una noche, de golpe, aparecen y hacen
un desastre. Es así, aunque le cueste creerlo. Eso pasó con el clavel: de la
noche a la mañana se lo devoraron, no dejaron nada; la maceta quedó como la
estamos viendo ahora. Y todavía andaban, las desgraciadas, corriendo por el
caminito. El hormiguero ahí nomás, a unos pocos metros.
Le
golpeé la puerta y me hizo pasar. Por eso sé que el pullóver gris está sobre la
cama. Mire, a mí no me salía una palabra, pero ella sola se asomó a mirar.
Estuvo mirando un rato la maceta. Después, empezó a caminar despacio, para el
lado de las vías. Muy despacio. Yo pensaba, y pensaba. No sé qué pensaba yo en ese momento. Tantas
cosas. Creo que pensé que era mejor así, de golpe, y no una agonía lenta. Creo
que pensé que las hormigas habían hecho una tarea piadosa. Y cuando escuché a
los bomberos no me sorprendí.
Fui,
saqué la llave, y la tiré por la ventana del dormitorio. No se olvide de buscar
esa llave.
Cuando
lo vi llegar a usted con la valija fue
el problema. Sinceramente, le pido disculpas por no haber salido. Pero míreme.
Mire como se me eriza la piel.
Por
eso le digo: ya no sé si creo o no creo en esas cosas. Ni quiero pensarlo.
Seguramente, esto que le conté será un alivio para usted ¿Vio que no tiene por qué sentirse culpable?
Hágame
el favor: llévese esta maceta. Y vuelva cuando quiera.
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Biografía
Breve
Laura
Massolo nació en Bs. As. en diciembre de 1954. Coordina talleres literarios
desde 1989. Publicó los libros de poemas Afuera estaba el mundo (2001, Bs
Aires), Y amén (2002, Valencia, España) y Todas las muertes son más graves,
(2008, Encina de la Cañada, España) y los libros de cuentos Al borde, (1999,
Buenos Aires), La otra Piedad (2005, Buenos Aires) y El Florero roto y los
dragones (2005, Salamanca). El primero
fue distinguido con la Faja de Honor de la SADE y con el Tercer Premio
Municipal Ricardo Rojas.
Entre
otros premios obtuvo, en cuento, el Premio Internacional “Juan Rulfo”, de Radio
Francia Internacional y Centro Cultural de México. En poesía recibió numerosos
premios internacionales. En novela, obtuvo Mención de Honor en el Premio de la
Secretaría de Cultura de la Nación. Cuenta, además, con diversas publicaciones
en España, Francia, Estados Unidos, Austria, Brasil y Perú.
Es
1º Premio poesía, V Concurso Literario 'Ángel Ganivet' de Finlandia, 2011.
Coautora
del libro “Armar un cuento”
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1 comentario:
MUCHAS GRACIAS, María Esther y Flia [Gran Familia], hacen, uds, que una quiera seguir creciendo.
MMMMmmm este Abracito es Bienvenido, me abrigará hasta la próxima primavera.ABRAZOS.
Laura ORORBIA
http://enfugayremolino.blogspot.com.ar/
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