MARIA DEL CARMN SUÁREZ /Buenos Aires/ ARGENTINA
LUNA CRECIENTE
El Río de la Plata
un enigma insondable
un pasadizo entre corrientes cruzadas
el más poderoso centinela
viento y marea
sol y destellos bajo el agua
seres pequeños hacen el oleaje
viven debajo del limo
salen del encierro
cuando las llamas del centro de la tierra
ordenan su mandato
me siento cerca de la baranda
y me uno a un mundo ilusorio
a una riesgosa sensación de vacío
mi cuerpo se diluye
revive un hecho ancestral
el tiempo de mis antepasados eslavos
que lo cruzaron
atados en un círculo de ceniza
ávidos de salvarse.
INTENSA ES LA PALABRA
Intensa es la palabra
debajo de los puentes
cuando el río arrastra
los sonidos del amor
intensa la lluvia lavando
cuerpos de muertos en batalla
los ruidos en la noche
son de figuras extrañas
que rondan acechando
al vulnerable temeroso
intensa es la plegaria
el ruego en boca de posesos
claman todavía las almas
pidiendo redención
intensa es la lujuria
la llama de los cuerpos
esa unión despojada
inaudita
sin serenidad
en el goce quemante
imposible de narrar
por sus infinitas estrellas.
MIRADA EN EL EXILIO
La casa está en silencio
sola destejo los hilos de la memoria
preveo exorcismos
antiguos rituales de placer
me hundo en la ciénaga
me revuelco hasta desenterrar mi inocencia.
Un arbusto crece en el agua
único testigo
de la mirada que se pierde en el espejo.
NIVELES DE SOMBRA
Una estrella guía
hacia los fuegos de la tierra
hojas de olivo entre las tumbas
flores silvestres
entre los abedule
el mirlo y el zorzal.
Niveles de sombra
en la siesta de aparecidos
brisa de otros sitios en el refugio del amor.
PUNTO INCIERTO
Entró la luz en el helecho
una tarde caía dentro de una torcaza
cesaron los vientos
los fuegos en la cocina
auguraban comida casera
y largas conversaciones
acerca de tempestades.
La luz fue descendiendo
hasta diluirse en la tierra
el universo transformado
en un punto incierto
se sumergió en el corazón
estallando
en flores diminutas.
MARIA DEL CARMN SUÁREZ
LIBROS DE POEMAS PUBLICADOS
Desde Buenos Aires (l964)
La noche y los maleficios (l967)
Los dientes del lobo (l972)
El bosque de fuego (l973)
Voracidad del sonido (l976)
Entendimiento de los cuerpos (l982)
Posesión natural (l988)
Cuerpo imaginario (2002)
ENSAYO
Poesía de la mujer argentina (selección y prólogo)
1986
Potencia del símbolo en la obra de Luisa Mercedes Levinson (l993)
Luisa Mercedes Levinson , estudios sobre su obra,
ensayo compartido con los escritores Mirta Arlt, Leonor Calvera, Rolando Costa
Picazo, Jorge Cruz y Pedro Orgambide (l995)
NOVELA
Eva en el espejo (2004)
PREMIOS
Premio del Fondo Nacional de las Artes. Jurado:
Leopoldo Marechal, Emma de Cartosio y Antonio Requeni (1967)
Faja de Honor de la Sociedad Argentina
de Escritores (1988)
Mención de Honor en el Concurso Internacional de
Poesía "José Martí" del Perú (1971)
Premio Poeta América Latina l983, compartido con el
poeta chileno Enrique Lihn, Lima, Perú
Como periodista
obtuvo el premio de la Fundación Rizzutto , por su trabajo sobre
Buenos Aires a los 400 años de su fundación (l980)
RADIO Realizó audiciones culturales en Radio Nacional, ex Radio Municipal y Radio Cultura difundiendo
la literatura fundamentalmente de las provincias argentinas
TRADUCCIONES Sus poemas han sido traducidos al
hindi en la India
por Premlata Verna, publicados en una
antología (l980)
También han sido traducidos al francés, inglés,
italiano y francés.
Capítulos de su novela Eva en el espejo fueron
publicados en una antología de mujeres latinoamericanas por la Editorial Wiener
Frauenverlag y traducidos por la profesora Erna Pfeiffer
Como periodista trabajó en el Diario La Nación , Crónica y La
Opinión
Es jurado permanente de narrativa y poesía de Editorial de los Cuatro Vientos
CONGRESOS
Participó en el Congreso Internacional de
Escritoras en la ciudad de México
Representó a
la Argentina en el congreso del departamento de español de
la Universidad
de Albuquerque, Estados Unidos
RECITALES
Realizó recitales de poesía en México, Estados Unidos, Paraguay
En nuestro país
en Catamarca , La Rioja ,
Corrientes, Bolívar (Provincia de Buenos
Aires)
ANTOLOGÍAS
Sus poemas figuran en más de treinta antologías de la Argentina y del exterior .Sus antecedentes han sido incluidos en el
Diccionario Biográfico de Mujeres Argentinas
El premio Nobel Camilo José Cela publicó una separata con sus poemas
en Cuadernos de Sons Armadans ene Palma de Mallorca, España
Integró numerosas
muestras de poesía ilustrada por pintores argentinos tales como Freddy
Martínez Howard, Omar Gavagnin, Luis
Etchegoyen, Dora Garraffo, entre otros
Fundadora
junto a otros poetas del movimiento POESIA83 realizado en el Teatro
Bambalinas y en el cual participaron numerosas personalidades del mundo del teatro, la
música y la literatura
Presentación del libro "Poesía de márgenes" (1964 / 2011) Antologia por María Eugenia Hernández y María Esther Robledo B.
Las gordas - Capítulo I
María del Carmen Suárez
Estábamos desocupados viviendo en una ciudad del noroeste
argentino
Mi cuñada nos prestaba dinero para una cerveza. Íbamos presurosos a la confitería de la peatonal exclusivamente a ver a las queridas gordas.
Gordas divinas, de enormes colas y mejillas floridas. Gordas ingenuas, apasionadas, tristes y erráticas.
Nos preguntábamos en qué lugar comprarían sus jeans, sus cortas polleras, la ropa interior. Esos talles no existían en Buenos Aires. Las mirábamos arrobados, imaginando su sexualidad, la cama gigantesca, su ternura. Nos impresionaba que todas tenían parejas flacas, hombres morochos, buenos mozos, criollos, paisanos, otros ostensiblemente árabes. No pensábamos en Botero ni en el Renacimiento sino en ellas, solamente en ellas, criaturas cargando grandes bolsas de comida, urgidas para llegar a la casa, obsesionadas por cocinar, por acurrucarse junto a su compañero y dormir desnudas en esa caliente ciudad del norte.
El ritual de todos los días, verlas, observar su paso lento, pesado. ¿Sufrirían por su gordura? Algunas reían. ¿Fingirían su alegre caminata por la peatonal? Era nuestro enigma. Un día nos invitaron a un asado cerca de la montaña. La sorpresa fue cuando la dueña de casa apareció, era una de nuestras gordas. Resultó una anfitriona excepcional, cariñosa y muy divertida. La casa era pequeña pero con una huerta y un patio enormes. Sacó del horno de barro unas tortillas, un pan con chicharrón, anunciando que el asado estaría en una hora aproximadamente. La picada llegó como una bendición, aceitunas, queso, morrones asados con ajo y aceite de oliva. El vino patero era inigualable.
Teníamos que disimular para que no se diera cuenta de que la observábamos detenidamente; cada detalle de sus movimientos era como leer en el libro de su corazón.
El flaco, su marido, agitaba las brasas saboreando su vaso de vino tinto con una beatitud parecida a la felicidad. En el patio se zamarreaban las flores, viento norte. Los perros deambulaban esperando la hora de los huesos. Armonía singular, maravillosa gente que gozaba la vida a cada instante.
Gorda divina, amigable y solícita, nos hizo pasar un día inolvidable .No quiso que nos fuéramos temprano. A la hora de la siesta nos tiramos debajo de los árboles y dormimos todos plácidamente. Al despertar vimos la enorme pileta de plástico donde la gorda chapoteaba feliz, sola ¿Pero era así tal cual lo veíamos o lo sentíamos? Ella, rozagante, nos miraba; sin embargo pensamos que detrás de la máscara se ocultaba un misterio.
Mi cuñada nos prestaba dinero para una cerveza. Íbamos presurosos a la confitería de la peatonal exclusivamente a ver a las queridas gordas.
Gordas divinas, de enormes colas y mejillas floridas. Gordas ingenuas, apasionadas, tristes y erráticas.
Nos preguntábamos en qué lugar comprarían sus jeans, sus cortas polleras, la ropa interior. Esos talles no existían en Buenos Aires. Las mirábamos arrobados, imaginando su sexualidad, la cama gigantesca, su ternura. Nos impresionaba que todas tenían parejas flacas, hombres morochos, buenos mozos, criollos, paisanos, otros ostensiblemente árabes. No pensábamos en Botero ni en el Renacimiento sino en ellas, solamente en ellas, criaturas cargando grandes bolsas de comida, urgidas para llegar a la casa, obsesionadas por cocinar, por acurrucarse junto a su compañero y dormir desnudas en esa caliente ciudad del norte.
El ritual de todos los días, verlas, observar su paso lento, pesado. ¿Sufrirían por su gordura? Algunas reían. ¿Fingirían su alegre caminata por la peatonal? Era nuestro enigma. Un día nos invitaron a un asado cerca de la montaña. La sorpresa fue cuando la dueña de casa apareció, era una de nuestras gordas. Resultó una anfitriona excepcional, cariñosa y muy divertida. La casa era pequeña pero con una huerta y un patio enormes. Sacó del horno de barro unas tortillas, un pan con chicharrón, anunciando que el asado estaría en una hora aproximadamente. La picada llegó como una bendición, aceitunas, queso, morrones asados con ajo y aceite de oliva. El vino patero era inigualable.
Teníamos que disimular para que no se diera cuenta de que la observábamos detenidamente; cada detalle de sus movimientos era como leer en el libro de su corazón.
El flaco, su marido, agitaba las brasas saboreando su vaso de vino tinto con una beatitud parecida a la felicidad. En el patio se zamarreaban las flores, viento norte. Los perros deambulaban esperando la hora de los huesos. Armonía singular, maravillosa gente que gozaba la vida a cada instante.
Gorda divina, amigable y solícita, nos hizo pasar un día inolvidable .No quiso que nos fuéramos temprano. A la hora de la siesta nos tiramos debajo de los árboles y dormimos todos plácidamente. Al despertar vimos la enorme pileta de plástico donde la gorda chapoteaba feliz, sola ¿Pero era así tal cual lo veíamos o lo sentíamos? Ella, rozagante, nos miraba; sin embargo pensamos que detrás de la máscara se ocultaba un misterio.
Cangrejos, ostras ,fideos, papa, pizza, empanadas, galletitas,
helado, centolla, salsa blanca, pan , cerdo, chivito, merengue, costilla de
cerdo con batatas, chorizos, morcillas, sesos, riñones al vino blanco, ñoquis,
agnollotis, sorrentinos, ravioles, cebollas fritas , crema chantilly, flan con
crema y dulce de leche, omelette de hongos y albahaca, palta con salsa golf,
corderito al horno con cebolla y morrón.
Creen que soy dichosa. Me trago todo, la comida, las broncas, un sinsabor extraño cuando me estoy bañando. Taparía los espejos. Cómo no se dan cuenta del dolor, del sufrimiento que tengo al verme así. Ya sé que es una adicción como las otras, el alcohol, el cigarrillo, las drogas. Me ven contenta, claro, disimulo todo el tiempo. La angustia me sube al estómago como un pájaro extraviado. Respiro hondo. Siento que no tengo un lugar en este mundo. Las marionetas a mi alrededor se mueven como figuras macabras. Mí cuerpo late, mas siento el vacío, un dejarse estar sin hacer nada, como una náufraga asida a una liana. Respiro hondo. Abandonada al paso del tiempo que sigiloso me aniquila. A veces hay un estallido de recuerdos de infancia y me veo flaca, linda, correteando por los patios de la casa en la montaña. Placeres de criatura malcriada que observaba las grandes mariposas. A los trece la sexualidad era un enigma, los pechos crecían, la sangre bajaba a borbotones. No entendía esos cambios y nadie en la familia me hablaba acerca de esos temas.
En un carnaval sucedió lo inesperado. Tenía quince y una mirada absorta. El pasto fue un lecho con hormigas y duendes. Nunca más lo vería. Se fue como vino, en la oscuridad más absoluta. Me allanó el camino para placeres más altos, silenciosos o estridentes. El cuerpo se fue haciendo voluminoso, pesado, inquietante. Por las noches miraba la cruz del sur ocultando mi honda tristeza.
Sí, mi cuerpo me duele, trago, como, absorbo todo a mi alrededor. Soy adicta, ya lo sé. Pero quiero recordar el embeleso, la dicha de habernos conocido, sus manos potentes sobre mi gran cuerpo. El éxtasis de días y noches, alma con alma tratando de entender el universo. Portador de misterios, ha sido el que hurgaba en las nubes, el hacedor de crucigramas, deleite de apretarnos hasta estallar en un amor poderoso que se renueva aun en la ausencia. La memoria vibra, es una constelación de amaneceres, de noches con ojos ardientes.
Paso a paso construimos una fortaleza, un refugio en el cual los días se sucedían esperando milagros. Nuestra casa, el jardín, eran una fortaleza donde ahuyentar los miedos, el desánimo de una época irreverente, grotesca, brutal. Pero nosotros sobrevolábamos, viajando hacia montañas y cielos remotos. Mano con mano repitiendo frases inventadas que fueron nuestros códigos secretos. En sus brazos mi cuerpo se volvía más bello que un mar embravecido. Por poder de su magia todo se volvía intenso, prodigioso. Cuando viajaba a su lugar de origen el silencio me perturbaba, era como si alguien hubiese arrancado de mí una parte vital. Prisionera, loca, caminando sola. El mundo no era el mismo. El precio del amor, el reverso del amor era un vacío, un pozo profundo. La espera era un paréntesis abismal hasta encontrarnos nuevamente. Instantes perfectos, los dos solos, juntos, flotando, deseando caminar hacia el poema final, hacia el entendimiento.
Creen que soy dichosa. Me trago todo, la comida, las broncas, un sinsabor extraño cuando me estoy bañando. Taparía los espejos. Cómo no se dan cuenta del dolor, del sufrimiento que tengo al verme así. Ya sé que es una adicción como las otras, el alcohol, el cigarrillo, las drogas. Me ven contenta, claro, disimulo todo el tiempo. La angustia me sube al estómago como un pájaro extraviado. Respiro hondo. Siento que no tengo un lugar en este mundo. Las marionetas a mi alrededor se mueven como figuras macabras. Mí cuerpo late, mas siento el vacío, un dejarse estar sin hacer nada, como una náufraga asida a una liana. Respiro hondo. Abandonada al paso del tiempo que sigiloso me aniquila. A veces hay un estallido de recuerdos de infancia y me veo flaca, linda, correteando por los patios de la casa en la montaña. Placeres de criatura malcriada que observaba las grandes mariposas. A los trece la sexualidad era un enigma, los pechos crecían, la sangre bajaba a borbotones. No entendía esos cambios y nadie en la familia me hablaba acerca de esos temas.
En un carnaval sucedió lo inesperado. Tenía quince y una mirada absorta. El pasto fue un lecho con hormigas y duendes. Nunca más lo vería. Se fue como vino, en la oscuridad más absoluta. Me allanó el camino para placeres más altos, silenciosos o estridentes. El cuerpo se fue haciendo voluminoso, pesado, inquietante. Por las noches miraba la cruz del sur ocultando mi honda tristeza.
Sí, mi cuerpo me duele, trago, como, absorbo todo a mi alrededor. Soy adicta, ya lo sé. Pero quiero recordar el embeleso, la dicha de habernos conocido, sus manos potentes sobre mi gran cuerpo. El éxtasis de días y noches, alma con alma tratando de entender el universo. Portador de misterios, ha sido el que hurgaba en las nubes, el hacedor de crucigramas, deleite de apretarnos hasta estallar en un amor poderoso que se renueva aun en la ausencia. La memoria vibra, es una constelación de amaneceres, de noches con ojos ardientes.
Paso a paso construimos una fortaleza, un refugio en el cual los días se sucedían esperando milagros. Nuestra casa, el jardín, eran una fortaleza donde ahuyentar los miedos, el desánimo de una época irreverente, grotesca, brutal. Pero nosotros sobrevolábamos, viajando hacia montañas y cielos remotos. Mano con mano repitiendo frases inventadas que fueron nuestros códigos secretos. En sus brazos mi cuerpo se volvía más bello que un mar embravecido. Por poder de su magia todo se volvía intenso, prodigioso. Cuando viajaba a su lugar de origen el silencio me perturbaba, era como si alguien hubiese arrancado de mí una parte vital. Prisionera, loca, caminando sola. El mundo no era el mismo. El precio del amor, el reverso del amor era un vacío, un pozo profundo. La espera era un paréntesis abismal hasta encontrarnos nuevamente. Instantes perfectos, los dos solos, juntos, flotando, deseando caminar hacia el poema final, hacia el entendimiento.
Mi padre era un ser misterioso. Nunca traté de acercarme pues ponía
una barrera difícil de traspasar. Con mi madre tenían una relación extraña,
pero se entendían. Él pasaba semanas sin regresar a casa, ella parecía sumisa,
perdonadora, pero a su manera lo manejaba. Se controlaba muchísimo, era una
mujer de belleza singular. Con frecuencia se quedaba en silencio, un poco
ausente. Yo sospechaba que no era feliz, había elegido una vida que no era
satisfactoria. Los amigos de mi padre eran marginales, borrachos, jugadores
empedernidos, músicos de boliches insólitos. Mi madre los rechazaba. Ella se
sentía una reina, no podía compartir un minuto con ellos. Siempre quise ser
distinta, diferenciarme, no era un modelo del cual yo deseaba ser copia. Ella
era un modelo de corrección. Un ama de casa impecable. Ahora intuyo que detrás
de esa máscara vivía un ser creativo, que sólo se apreciaba cuando se veían sus
bordados multicolores con dibujos exóticos, viscerales , que primero diseñaba
en papeles y luego trasladaba a los grandes paños de raso negro que después
serían almohadones bellísimos guardados como tesoros. En ese universo, siempre
pensé, trasladaba su inconsciente, ese yo profundo que no podía salir a la luz
en su vida diaria. Allí, en ese tapiz de colores estaban sus deseos, sus
angustias, una suerte de impotencia, de freno, de insatisfacción.
Yo debía hacer lo contrario, realizar, concretar mis deseos, no dejarme seducir por espejitos de colores que con frecuencia nos ofrecen para acorralarnos a una vida que los otros quieren; no, no haría lo mismo. La vida me llevó a grandes catástrofes que superé con rapidez por querer hacer lo que realmente deseaba. Quedaron algunas heridas, algunas secuelas, pero no dejé silenciar a esa mujer interior, no me puse límites a la hora de vivenciar mis impulsos, mis deseos.
Sí, la gordura ha sido a partir de los cuarenta años una suerte de armadura, una defensa contra la hostilidad, la represión, la envidia de muchas mujeres que odiaban mi audacia; ellas, secas de hastío y soledad. Ahora estoy luchando con mi cuerpo sin arrepentirme de haber vivido plenamente.
Cuando trataba de estar mejor soñaba con venados, praderas, paisajes donde me perdía como una niña curiosa que necesitaba encontrar un mundo de duendes y hadas. Me mezclaba entre los animales rodando con ellos por la tierra húmeda buscando hongos, mariposas, hurgando en los hormigueros. Al despertar quería volver a ese espacio mágico donde danzaba hasta el éxtasis.
Rodé por caminos sinuosos, viajé a lugares remotos, me perdí en selvas, en cuerpos hasta que arribó él. Ya mi figura había engrosado, no era el que se había zambullido en mares violetas, en lagunas tropicales, en ríos extraños. El entendió hasta los más subterráneos refugios de mi vida, fue conociendo mis sentimientos, mis aventuras de mujer atravesada por la magia y el torbellino de apresar cada minuto, de ir hacia un precipicio para arrancar la diminuta flor mojada de rocío.
Todo cambia, el universo cambia. Un día, con mucha sutileza, me sugirió que adelgazara. Fue un instante, un relámpago .Desde ese momento comencé a comer y beber sin límite. Pasé una larga temporada sin querer hacer el amor. Todo pasa. La crisis no duró tanto tiempo como yo temía. Volvimos a la dicha, encontramos el punto de equilibrio para aceptar los problemas del otro.
Hacía años que no me sentía tan plena; cada caminata que hacíamos, cada encuentro con los amigos, cada viaje hacia la montaña era para nosotros un gran regalo del universo. Fue una época gloriosa. No había reproches ni rabia contenida, lo cotidiano se convertía en algo fantástico, la creación se adueñaba de nuestros actos. Lo amé profundamente. Me sentí amada. Una nube, un pájaro, una flor aplastada en los caminos, la sombra de los árboles, la vuelta de las golondrinas que pasaban cerca eran la medida de vivir la intensidad, la glorificación de lo diario, del pequeño detalle de la naturaleza que se nos ofrecía con generosidad absoluta.
Yo debía hacer lo contrario, realizar, concretar mis deseos, no dejarme seducir por espejitos de colores que con frecuencia nos ofrecen para acorralarnos a una vida que los otros quieren; no, no haría lo mismo. La vida me llevó a grandes catástrofes que superé con rapidez por querer hacer lo que realmente deseaba. Quedaron algunas heridas, algunas secuelas, pero no dejé silenciar a esa mujer interior, no me puse límites a la hora de vivenciar mis impulsos, mis deseos.
Sí, la gordura ha sido a partir de los cuarenta años una suerte de armadura, una defensa contra la hostilidad, la represión, la envidia de muchas mujeres que odiaban mi audacia; ellas, secas de hastío y soledad. Ahora estoy luchando con mi cuerpo sin arrepentirme de haber vivido plenamente.
Cuando trataba de estar mejor soñaba con venados, praderas, paisajes donde me perdía como una niña curiosa que necesitaba encontrar un mundo de duendes y hadas. Me mezclaba entre los animales rodando con ellos por la tierra húmeda buscando hongos, mariposas, hurgando en los hormigueros. Al despertar quería volver a ese espacio mágico donde danzaba hasta el éxtasis.
Rodé por caminos sinuosos, viajé a lugares remotos, me perdí en selvas, en cuerpos hasta que arribó él. Ya mi figura había engrosado, no era el que se había zambullido en mares violetas, en lagunas tropicales, en ríos extraños. El entendió hasta los más subterráneos refugios de mi vida, fue conociendo mis sentimientos, mis aventuras de mujer atravesada por la magia y el torbellino de apresar cada minuto, de ir hacia un precipicio para arrancar la diminuta flor mojada de rocío.
Todo cambia, el universo cambia. Un día, con mucha sutileza, me sugirió que adelgazara. Fue un instante, un relámpago .Desde ese momento comencé a comer y beber sin límite. Pasé una larga temporada sin querer hacer el amor. Todo pasa. La crisis no duró tanto tiempo como yo temía. Volvimos a la dicha, encontramos el punto de equilibrio para aceptar los problemas del otro.
Hacía años que no me sentía tan plena; cada caminata que hacíamos, cada encuentro con los amigos, cada viaje hacia la montaña era para nosotros un gran regalo del universo. Fue una época gloriosa. No había reproches ni rabia contenida, lo cotidiano se convertía en algo fantástico, la creación se adueñaba de nuestros actos. Lo amé profundamente. Me sentí amada. Una nube, un pájaro, una flor aplastada en los caminos, la sombra de los árboles, la vuelta de las golondrinas que pasaban cerca eran la medida de vivir la intensidad, la glorificación de lo diario, del pequeño detalle de la naturaleza que se nos ofrecía con generosidad absoluta.
En Jachal San Juan Molino del Alto María del Carmen , Margarita Salas y María Eugenia Hernández
1 comentario:
La poesía nos traslada a distintos sitios, y nos hace viajar sin siquiera salir de nuestra habitación. Es por eso que disfruto de pasar mucho tiempo en los departamentos en buenos aires leyendo distintos libros de poemas con los que poder influenciarme para llevar a cabo distintos aspectos de mi vida
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