Miro hacia arriba
Veo claves del aire y olvido.
Con gusto echaría mis horas a dormir.
Nada me conforma.
La única herramienta de la que dispongo
es el torpe latido de mi tiempo
piedra móvil sobre la que apenas logro
sostenerme.
Y la vida parece un puñado de cartas sin
comodines.
Valijas al pie de una escalera por la que nadie
baja.
Me asomo a la ventana.
El sol ilumina esa otra vida que no tengo.
*
Duelen /esas hojas que caen del
árbol/
en medio de la primavera
L.Ch
El dolor
acuchilla
nuevamente.
Se ensaña
con las cuentas de fe
con el ayuno.
Lo suyo es un monólogo:
comienza y termina
en abismo
como una palabra
que atada al árbol de la muerte
sigue teniendo hijos.
*
Dónde cavar,
cuándo cortar el gajo
en qué orilla.
No se detienen
los punteros del tiempo.
Se deshacen los moldes
en la curvatura de la vida
cuando se cree tener
todo
y de pronto
nada.
*
Que me duele esto, aquello
que es injusto perverso delicado
patético, a destiempo, demasiado
nuestra ardua costumbre
de mirar el cielo
como si fuera el precipicio.
*
Acabo de
llegar con una piel nueva
incluso extraña para mí
los días que se quebraron
mientras el corazón miraba
quedaron atrás.
He bajado al nido del veneno y regresado
las hiedras de sombras
murieron de sed
leves marcas han quedado
nada más
Todo aquel tiempo se ha disuelto
No más marañas.
Sólo nudos que agua que desatar.
LA TRADICION ORAL Y SUS VINCULOS CON
LO FANTASTICO
Por Lily Chavez
Cuando
se abren las puertas y ventanas de esa gran casa que es la tradición oral nos
admiramos de todo lo que han hablado y hablan
de ella en cualquier región, en cualquier país, por más lejano que
parezca, incluso, en cualquier tiempo. Y tanto se ha dicho que podemos
mencionar infinidad de autores que han escarbado en la historia de la tradición
oral y que lograron excelentes trabajos
académicos. La bibliografía es abultada y posiblemente lo sea todavía más
porque la tradición oral conserva todos los dones: conjuga palabra, memoria,
pasión, emoción, desarrolla la imaginación, construye ámbitos afectivos,
valores, vida; nadie permanece indiferente a lo que genera. Casi diría que la
tradición oral y sus vínculos sobreviven debido a que nos dejamos seducir por esa memoria colectiva
e individual que nos salpica.
No tengo la mínima pretensión de basarme en el contenido
de obras y estudios académicos ni en sus
conclusiones, sólo hablar desde la reflexión que impone la propia experiencia,
mirando de frente y no de soslayo, lo que trae el agua de los ancestros, los
mundos pequeños que encerramos en nuestras mentes de niños, el mecanismo del
habla que ellos utilizaron. La palabra oral, la palabra voz es toda una huella,
ejerce matices, cadencias, reflota sonoridades, artificios, nos hace
visualizar con el alma, imágenes reales o ficticias. Nos da defensa y
resistencia.
Ígor Stravinsky decía que la palabra es un límite más que una
posibilidad. Seguramente él pensaba en la música como una entrega más solvente.
Tal vez tuviera su razón pero que sucede cuando a la palabra se la acompaña con
sonidos, acordes, ademanes, expresiones gestuales, ¿acaso no toma más vida, no
saca músculos, no se agranda en ternura?
Muchos piensan que la tradición oral ha sufrido los avatares
del tiempo, que ha llegado a nuestros días con
distorsiones, aspirando aire de humo, debilitada, sin piel. Que a pocos
interesan esas historias que alimentaron a generaciones enteras. Será eso, o seremos nosotros, que acelerados,
inquietos, sin tiempo para escuchar y contar, para armar nuestro propio
escenario vamos de a poco matando el fuego de la imaginación, el derecho al
asombro, y perdiendo además, la
posibilidad de atesorar la belleza que traduce todo aquello que se dice
oralmente.
El narrador tradicional recibe la palabra escuchando, ayudado
de la memoria, fomentando la conversación, prestando atención a quienes cuentan
con experiencia y años. Pero ese mismo narrador ha sabido también leer, inyectarse pasión al momento de
expresar su lectura y trasladarla a quienes lo escuchan; la creación está allí, en el gesto, en el
modo, en la intención de llegar al otro. Sabe que todo lo que nace sin fe, sin
entrega se desintegra, más aún si
quienes reciben son jóvenes en aprendizaje.
Lo contado, sin importar de la época que venga trae un bagaje
interesante de imágenes, de creencias y si esos relatos son a la vez basados en
hechos fantásticos, extraordinarios o sobrenaturales, tenemos la alternativa de
asumirlos válidos para el espíritu o interpretarlo en sus claves realistas,
traer la trama a los objetivos, a las metas, a los valores actuales, a la
cotidianidad urbana. Lo que sí no podemos, es permitirnos dudar que este dar y recibir de la palabra oral es
positivo, parte de los folclores
regionales, de las raíces y de lo
popular y me atrevo a decir, de la historia de la humanidad.
Sabemos de la conexión de la oralidad y la literatura fantástica,
sabemos que la ciencia ficción y el terror, tiene sus orígenes en la mitología
y en los cuentos populares narrados durante siglos. Y hay una apertura. En el
siglo XIX empieza a diferenciarse el relato tradicional de las nuevas
creaciones (Véase Lord Dundany o Willian Morris) y con la llegada de Tolkien,
Lewis o Robert Howard, la tradición extiende sus ramas y con el aporte de otros
recursos, hasta el cine se convierte en
otra oralidad.
Siempre he sentido que bajo el cobertor de la palabra se está
a salvo. Y cuando esa palabra tiene la sabiduría a flor de piel seguramente,
nos edificará con fortaleza para el futuro.
La vez que me pregunté de dónde venía este amor mío por la
narrativa, tuve que mirar el pasado.
Todos debemos hacerlo. Allí encontré entre los recuerdos disparadores, a mi abuelo Bernardo, ya jubilado, sentado en
una banqueta alta mirando por el postigo de la casa esquina donde vivía y que
daba a la calle. Esperaba que yo saliera del colegio cada tarde y me sentaba
frente a él, en una silla chiquita de madera. Mis ojos quedaban a la altura de
sus manos morenas apoyadas sobre la rodilla. Con el tiempo me pregunté (más de
una vez) qué me impactaba más: sus
cuentos o esas manos con artrosis deformante que aún no olvido.
Ese abuelo primero insistía en
saber cómo me había ido en la escuela y
luego decía: Hoy he leído la historia del águila atrapa niños y todo yo era
oídos. Al día siguiente era la víbora que por las noches se bebía la leche de
una madre primeriza ;siempre algo distinto,
excepto que yo pidiera volver a escuchar un cuento en especial. Aquello
que contaba era tan apasionante como temerario pero yo seguía sin faltar a las
citas de las seis de tarde. No sabría decir si lo que contaba era verdad en
alguna pequeña proporción o plena
invención, pero les aseguro que yo me
creía todo, y ahí estaba la verdadera magia.
En esta relación de la
tradición oral con lo fantástico, quisiera referirles algunas apreciaciones de escritores muy
cercanos a los argentinos que aportaron a sus cuentos lo fantástico, lo fuera
de lógica, lo muchas veces incomprensible y misterioso y que nos han
maravillado. Julio Cortázar definía lo
fantástico como un sentimiento, incluso un poco visceral, un sentimiento que lo
acompañaba desde el comienzo de su vida. Calificaba de “extrañamiento” ese sentimiento
que dejó reflejar en la mayoría de sus
cuentos. Decía que todo el tiempo, en cualquier momento, en la cama, en el
ómnibus, bajo la ducha, hablando, caminando o leyendo, tenía como pequeños
paréntesis en esa realidad y era por ahí, donde una sensibilidad diferente
aparecía, donde algo fantástico se filtraba.
Bioy Casares argumentaba que hechos simples – como la aparición de un fantasma -
necesitaba de un ambiente o atmósfera
propicia: una persiana que se golpea, una lluvia intensa o un inesperado llamado a la puerta. Y ahí me
detengo, la sensación es una con la lectura y otra si nos narran la historia
pero la dos causan un efecto que, la mayoría de las veces, funciona como
generador de otras situaciones que tenemos instaladas en la memoria. La
diferencia está en los recursos que permite la narración oral: las expresiones
del cuerpo, los gestos y no importa que tan inverosímil sea la historia, pone en suspenso, deja para después, cualquier pensamiento e interpretación
realista.
Vengo de Córdoba, una provincia que cuenta como pocas, con
gran cantidad de misterios, mitos y fantasmas del imaginario popular. Los
fantasmas agitaban y acechaban las sombras en las orillas suburbanas y ni
siquiera el racionalismo y la fe, el progreso de la ciencia como fuente de
explicación pudieron dispersar las historias que habitaban la mente de los
pobladores: La Pelada de la Cañada hacía que las mujeres fueran a la misa del
alba y dieran rodeos para evitarla y los
vigilantes sólo se aventuraran a rondar a caballo y de a pares cuando pasaban
por la Cañada. Tantos fueron quienes aseguraban haber visto al Jinete en
llamas, tantos otros al Chancho Benedito, La gallina gigante, Los degolladitos,
El burro de los siete chicos, el Lobisón, y muchos más. Ni siquiera la
reconocida escritora Cristina Bajo pudo abstraerse de la presencia de un
fantasma en una centenaria casa quinta de Alberdi, donde vivió.
Y es en Córdoba que
vive también María Teresa Andruetto, una escritora de importante trayectoria
que recibió en el 2012 el Premio de Literatura Infantil Hans Christian Andersen
y que menciono, por su estrechez con la literatura fantástica. María Teresa
ambienta cuentos populares, algunos de vieja tradición oral, en el paisaje cordobés, los puebla de
elementos familiares y objetos identificables con la realidad cotidiana. Todo
un mundo conocido, cercano, donde irrumpen seres sobrenaturales o fenómenos
inexplicables. Una escritora sensible, que sabe cómo llegar a sus lectores
niños y adolescentes. Esa estrechez entre la tradición oral y lo fantástico se
traduce con lucidez en cuentos suyos como:
“Tatita córteme las uñas” “Los sueños de José”, “Albóndigas de pescado”
“Una sombra negra”, “El guante de encaje”, “La mujer del moñito”, “El anillo
encantado”, entre otros. Del prólogo del libro
La mujer vampiro, extraigo estas palabras: las historias de miedo nacen
de la necesidad de hablar de esos miedos, de enfrentarlos a través de las
palabras. Y pienso que debe ser así, si pensamos en la gente de campo, reunida junto al fogón y
bajo toda la textura de la noche contando
historias sobre la luz mala , cementerios y ánimas.
La tradición oral y lo fantástico nos
permite iluminar la imaginación, esa coexistencia nos hace ver que algunos
mundos aunque parezcan no son irreconciliables.
LILIANA TERESA CHAVEZ, nació en Deán Funes,
Córdoba en 1956. Narradora y poeta. Participó en más de 40 antologías del país
y del extranjero. Integra REMES (Registro Mundial de Escritores en español). Ha
integrado el Grupo Literario El ático ( publicó Jueves) y Ángulos de la locura
(Antología ). Forma parte del staff del Boletín Literario Basta ya! de
publicación mensual virtual e impresa y
es colaboradora de varias páginas de difusión cultural. Cofundadora de Artistas
y Pensadores Independientes (api) e iniciadora junto a Laura García del Castaño
del Café Literario La bandada. Conduce desde el 2009 el programa radial Luna de
Pájaros. Tiene inédita una novela y dos libros de cuentos. Ha publicado los
poemarios: “Sobre lo baldio” (Argos, 2009) y “Dos estaciones y media”, (El
Mensú Ediciones,2012
3 comentarios:
Muy buenos poemas Lily, un gusto leerte.
tu poesía transmite intensidad, hay un contacto con la magia cuando te leo.
Abrazo
Liliana, además de disfrutar tu poesía, te dejo el enlace de la publicación que hicimos en base a un bello libro tuyo que nos obsequió Juany Rojas.
Saludos.
http://www.lamanchadesdequilicura.blogspot.com/2014/06/larga-distancia-liliana-teresa-chavez.html
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