La literatura en nuestro mundo cotidiano.
Por María Silvia Paschetta.
Ponencia para el Encuentro Entretejer de las Palabras. San Juan 2011.
“No te des por vencido ni aún vencido,/ no te sientas esclavo ni aún esclavo;/ trémulo de pavor, piénsate bravo/ y arremete feroz ya mal herido…”
En el living de mi casa patagónica dos cuadritos bien enmarcados nos recordaban a diario los versos de Almafuerte.
Mi viejo recitaba tirones enteros de García Lorca, pedazos de Martín Fierro, los consejos del viejo Vizcacha, alguna ternura amorosa o irónica de Quevedo.
En la biblioteca de mi casa, en formatos económicos, esperaban accesibles y manoseados El Quijote, los versos de Becker, La Dama de las Camelias, algo de Hemingway, Las Aventuras de Nils Hölgerson, Mowli el Niño de la Selva, mezclados con Jauretche, Salvador Ferla, Rosas el historiador, la Enciclopedia Cumbre, la colección Mi Libro Encantado, el Femirama, Fabulandia, algún Atlas Universal…
Algunas siestas nos juntábamos con amigos del barrio a leer pilas de revistas donde circulaban Gilgamesh y Nippur, o a compartir Platero, Mujercitas, Bajo las Lilas, las aventuras de Bomba en algún país, Simbad el marino, los versos de Berdiales…
Mi viejo era un obrero patagónico, maquinista ferroviario, que terminó la primaria de adulto sólo para poder rendir un examen para dejar de ser Foguista y mejorar en su trabajo. Sabía mil versos que a diario sonaban con mayor o menor pertinencia, muchas veces acompañados del coro o el eco completante de mi madre, maestra de primaria.
Entonces la literatura era parte de nuestro mundo cotidiano. Caótica, desprolija, inclasificada, verdaderamente cotidiana.
¿Qué pasó después?
Porque no es la misma la realidad de los chicos de escuela pública de hoy.
Algunos dicen que son los celus, las compus, el Feisbuc. Yo creo que no. Yo creo que pasó otra cosa, algo mucho más terrible que el agregado de tecnología. Después de todo, también hay literatura fácilmente accesible por la Internet y la Imprenta de Gutenberg fue indudablemente un agregado de tecnología.
Yo creo que lo que pasó estuvo planeado y pensado. Que no fue inocente.
Vale la pena resumirlo, aunque me acusen de nostálgica, de sesentista, de anticuada. Porque si no analizamos lo qué nos pasó, lo que nos hicieron, lo que permitimos o no pudimos evitar que nos sucediera, si no lo comprendemos, no podremos entender que hoy por hoy, en muchos lugares, la literatura sea considerada algo extraño, extranjero, ajeno; algo que se escribe en un idioma diferente al de nuestros días, un lenguaje que habla de “tu”, de “ti”, de “contigo”; un decir “álzate”, “piénsame”, “mírame”, “ámame”, “platícame”, que mezcla palabras que no suenan en nuestro hacer cotidiano, sea por anticuadísimas (como las prístinas ánforas intangibles que todavía deambulan por algunos versos de métrica estricta), o por ser de otros lares.
Si no les contamos y seguimos contando a los chicos de hoy lo que nos pasó, cómo éramos antes del quiebre, cómo era nuestra palabra cuando la literatura era parte de la vida cotidiana, tampoco tendremos derecho a pedirles que recuperen sus propias palabras, las nuestras, el conocimiento y el uso de ellas para decir su presente y el de nosotros mismos.
El resumen puede ser breve: nos acusaron de “subversivos” y con el pretexto de la amenaza de un demonio rojo que se comía a los chicos y destruía la Patria, la Familia y la Propiedá, nos subvirtieron de veras el país. A sangre y fuego, a secuestro y desaparición, a robo y mentira, a miedo y silencio.
¿Porqué digo que lo subvirtieron? Simple: Subvertir es dar vuelta algo, cambiar el orden, la vertiente, la versión.
Si miramos aquel país de los sesenta, un país de industria fuerte, de obreros que leían y hasta escribían (recordemos a Tosco, a Tejada Gómez, a Hamlet Lima Quintana), de Universidades para obreros (como la UTN), de maestros que sabían de veras escribir y cantar (¿qué era María Elena Walsh, qué Teresa Parodi?), de Escuelas Públicas prestigiosas y prestigiadas (¿se acuerdan? a las privadas iban los que no alcanzaban el nivel para la pública y necesitaban ayuda), un país de movilidá social ascendente, de chicos y chicas que escribíamos versos y canciones usando orgullosamente el “vos”, que decíamos y cantábamos “queréme”, “cada piba que pasa”, “cebando mate con amor”, “es un buen tipo mi viejo”…; un país donde los periodistas eran como Jauretche, Rodolfo Walsh, Oesterheld; los cantores sabían que cantar es decir con fundamento, como Atahualpa, Larralde y Cafrune; los curas eran parte de la gente simple, como Mujica y Angelelli; las ciencias humanas crecían de la mano de gente como Pichon Rivière y su Psicología Social y no traíamos de Francia psicologías individualistas de palabras difíciles… Si miramos aquel país y su costumbre cotidiana de literatura cotidiana, nos daremos cuenta finalmente de cómo nos subvirtieron la vida con el verso de la subversión apátrida.
Y así estamos…
Allá por el 99, según estudios estadísticos, el analfabetismo funcional de los jóvenes argentinos era mayor al 75%.
Analfabetismo funcional quiere decir que aunque pueda leer las palabras y las frases, no puedo comprender el significado de la frase completa, y por lo tanto, no puedo seguir el hilo lógico o conceptual de lo leído.
¿Y cómo podría la literatura ser parte de la vida cotidiana si no puedo entender lo que leo?
Aún ahora, después de varios años de iniciada la lucha para recuperar el valor de la Escuela Pública y de la Educación, hay maestros (y hasta escritores) que escriben con errores de ortografía y de sintaxis. Y no hablo de errores livianos, sino de confundir, por ejemplo, la preposición “a”, sin “h”, con la forma verbal “ha” del verbo “haber” (como en “ha sido”, “ha tenido”), que necesariamente lleva la “h”, error que implica un error de ordenamiento sintáctico y semántico y de jerarquización de ideas por desaparición del verbo auxiliar.
Nuestros chicos, para hablar de amor, hablan de “tu”, o sea, hablan con el idioma de las telenovelas extranjeras, como si el amor no nos perteneciera, como si justamente vos, que estás al lado mío, no fueras lo más cercano a mi sentimiento y mi emoción.
Yo no creo que esto sea porque los mensajitos de texto estén reinventando el idioma escrito, o porque el Feisbuc exija mayor brevedad para poder decir más en menos palabras (escribir lleva tiempo!), o porque la Literatura no interese. En los lugares más rurales, por ejemplo, donde los cambios son más lentos, aún se escucha a los viejos transmitir oralmente algunos versos de Fierro, coplas de Atahualpa, algún decir de Larralde; y los chicos, esos mismos del celu, del MP3, del rock y del regee, repiten esas frases y las conservan y transmiten aunque ignoren su origen literario.
Y a poco que se acerque uno a los más jóvenes, verá que siguen necesitando palabras estéticas, belleza para decir la belleza, el dolor, la emoción, la realidá.
Mil veces he hecho la prueba: un poema, un cuento más o menos breve, una frase con buena forma para decir algún contenido que les toque, y se abre en ellos el hambre de literatura, ese mismo hambre que sigue estando vivo en nosotros por más años que tengamos. No todos, por supuesto, porque no todos somos iguales, ni es necesario que lo seamos. Pero si probamos de ir a narrar un cuento a una Escuela, primaria o secundaria, veremos que la mayor parte de los chicos se queda voluntariamente a escuchar, a preguntar, a suspirar, a volar con la imaginación.
Desde antiguo la Literatura ha sido parte de la vida del hombre, parte entramada en la cotidianeidá, y eso se advierte a poco de observar la historia humana, desde la permanencia y perduración del cásico “Cantar de los Cantares”, pasando por las historias musicadas de los juglares medievales, hasta llegar a los romanceros de la modernidá y la actual búsqueda de todos los que seguimos valorando la palabra como medio para manifestar estéticamente nuestras más profundas emociones, tengamos la edad que tengamos.
Sólo necesitamos recuperar para todos el acceso al idioma escrito, el acceso a la lectura comprensiva, y la Literatura por sí misma volverá a ocupar esos espacios de cotidianeidá que no ha perdido del todo pese a los intentos de eliminar en el pueblo no sólo su cultura sino también las capacidades de pensar y de crear por sí mismo.
La Literatura es una expresión propia y natural humana, producto permanente de este animal parlante que es capaz de las más aberrantes crueldades, de los más burdos actos destructivos para otros y para sí, de las acciones más miserables para con sus semejantes o para con el mundo que habita, y al mismo tiempo es capaz de la más exquisita sensibilidá, de la búsqueda de la belleza en cada acto vital, de la expresión sensible y trabajada de lo que lo hace, justamente, humano en cada acto cotidiano y en toda la dimensión de su emocionalidá.
Por eso la Literatura ha sido, es, y será, parte de la cotidianeidá humana, y volverá una y otra vez a renacer y a campear por sus fueros por muchos intentos destructores que contra ella se hagan.
María Silvia Paschetta
María Silvia Paschetta Nació el 18 de octubre de 1953. Se crió en San Antonio Oeste, Río Negro, en la costa patagónica argentina. Se radicó en la ciudad de Córdoba (Argentina) en 1978, y la pura buena suerte la llevó a Villa de Soto, provincia de Córdoba, en el 2003.
Escribe cuentos, poesías y otras yerbas. Le gusta andar narrando por ahí.
Fue miembro estable del grupo de narradores y poetas “El Caldero de los Cuenteros” (1992/2007). Participó regularmente de las reuniones de “El Café de los Poetas” y de los encuentros del “Venique Tecuento”, habiéndose presentado en numerosos eventos narrativos, incluyendo actuaciones en las Ferias del Libro Córdoba, los Encuentros de Cuentacuentos de Alta Gracia, los Córdoba Cuenta, las Ferias del Libro de San Juan, Río III y Río IV, la Universidad de Río IV, escuelas, y en muy diversos ámbitos de la provincia, así como con unipersonales, también en otras provincias de la Argentina.
En 1999 editó (edición de autor) “Una Ceniza Apenas de Naranjos”, poemas (agotado), y en el 2000 “Mas cerca de la Sangre que de la Tinta”, cuentos (agotado). Durante 2002 y 2003 editó dos libros de cuentos en forma artesanal (libro-objeto), y una revistita interna para el Mercado del Trueque de Córdoba, “Madurando Sueños”, con MS Editora. Participó en las 4 Antologías del grupo “El Caldero de los Cuenteros” de Córdoba, y en las II y IV del Encuentro Internacional “Entretejiendo desde el Hacer de las Palabras” de la Provincia de San Juan (2006/8), entre otras. En setiembre de 2006 publicó su libro “Esto de Ser Índigo. La Nueva Humanidad. Una aproximación desde la Ciencia”, con el apoyo del Fondo Estímulo Municipal de Córdoba, Argentina, que actualmente está por salir en su Segunda Edición revisada y ampliada. Tiene varios libros inéditos de poesía, cuentos y narrativa, una novela testimonial y trabajos científicos.
Ha escrito los textos de espectáculos poético musicales que realizara y presentara durante el 2001. Es autora de muchas canciones, tanto sola como en colaboración con varios músicos, y de una “Cantata para el Che Guevara”, inédita.
Ha recibido varias distinciones y menciones por su poesía a nivel nacional e internacional, si bien no participa en ningún concurso en el que haya que pagar para hacerlo.
Siempre le gustó pintar y actualmente está incursionando en la pintura al óleo de forma autodidacta.
Tiene cuatro hijos y cuatro nietos (por ahora).
Es psicóloga gestáltica y estudiosa de la Criminología y la Victimología.
Aún cree en el amor.
miércoles, 16 de mayo de 2012
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1 comentario:
María Silvia:
Comentaré un par de párrafos y algunas palabras, donde destaco tus errores de ortografía.
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■ «Aún ahora, [...] hay maestros (y hasta escritores) que escriben con errores de ortografía...».
Pero tú misma escribes con errores de ortografía.
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■ «Nuestros chicos, para hablar de amor, hablan de “tu”,...»
Pero el pronombre personal lleva tilde de acento aunque sea monosílabo. Se debe escribir «tú». Porque «tu» es el adjetivo posesivo, apócope de «tuyo».¿Comprendes?
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■ «movilidá»
■ «modernidá»
■ «cotidianeidá»
Están mal escritas, corresponde escribir:
«movilidad»
«modernidad»
«cotidianidad» o «cotidianeidad»
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Lamento que tengas tantos errores de ortografía. Es deplorable.
Un saludo cordial.
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